Ocelotia nació por una pijama de twill de tonos boscosos y rayas negras que alguna vez usó Santiago, una chaqueta de safari vintage que siempre quiso para cumplir fantasías infantiles y una serie de cartas escritas en libros sobre la selva, el desierto, los páramos, islas y lugares fantásticos —porque fueron muchas, en muchos libros—.

Surgió, también, de un pocillo de porcelana japonesa reparado con oro, un ejemplo de kintsugi, y de uno o veinte viajes inolvidables que hicimos o prometimos hacer juntos al Himalaya, las playas de Costa Rica, las medinas de Marruecos, el Lejano Este ruso y la Amazonía.

Luego se nutrió, además, del hastío por el sistema de la moda tal y como funciona actualmente, y de la contraposición, que no es otra cosa que el deseo de vivir despacio, de explorar, sumergirse y disfrutar del asombro de aquello que poco a poco desaparece.

Ocelotia es el anhelo de contar historias y narrar vidas reales y ficticias, ideadas por un escritor y tejidas por una diseñadora.

Ocelotia, en esa medida, es una decena de lugares reales e imaginarios, al menos cuatro personas cuyos nombres preferimos no recordar, e incontables historias que ocurren —cómo no— en medio de viajes sin destinos.